Caja negra by Francisco Narla

Caja negra by Francisco Narla

autor:Francisco Narla [Narla, Francisco]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Intriga
editor: ePubLibre
publicado: 2010-01-01T05:00:00+00:00


1977

A Sinesio se le seguía escapando alguna que otra mirada nerviosa al perrazo que dormitaba del otro lado de la mesa.

Rosalía remató su café antes de continuar con su relato.

—Como te decía —se echó a hablar tras pasarse la lengua por los labios, recogiendo los restos de infusión—. Mi abuelo era marinero. Por hacer breve una larga historia digamos que el destino lo llevó al norte, hasta la Costa de la Muerte, a intentar ganar algunos cuartos fuera del pueblo. Yo creo que lo hizo porque le apetecía conocer algo de mundo. En cualquier caso, vivió allí unos cuantos años, trasegando la mar, pescando sardinas… —Rosalía calló un momento, viviendo de algún recuerdo—. Él siempre decía la mar, nunca el mar… Vamos, que trabajó mucho intentando ahorrar algo… Por cierto, ¿quieres otro café?

—No, gracias —contestó Sinesio echando un vistazo al dedo de oscuro líquido marrón que quedaba en el fondo de su pocillo.

A pesar de la negativa de él, Rosalía se levantó igualmente para servirse uno más a sí misma. El perro, olvidándose de su siesta, miró a su ama mientras esta trajinaba con el puchero, y no volvió a echarse tranquilo hasta que ella se sentó de nuevo.

—Bien —continuó ella tras un sorbito de su segunda ración—, durante aquellos años tuvo varios patrones distintos, y del último de ellos siempre hablaba con bastante desprecio. Lo describía como un mal bicho con pocos escrúpulos. Se preocupaba demasiado por su bolsillo, y muy poco por calafatear el barco antes de cada invierno. El caso es que ese hombre, el patrón, tuvo un lío de faldas con una mujer de Malpica a la que se le suponía meiga, ya sabes, bruja. Mi abuelo decía que a ella nunca la llegó a conocer, pero que tenía fama de ser una curandera muy buena y que se ganaba bien la vida, que tenía muchos clientes. No solo en los alrededores de Malpica, sino que incluso gente del interior de la provincia acudía a ella, guiados por su fama. Se contaba que arreglaba el mal de la paletilla, que preparaba remedios y filtros…

—Sí, creo que me hago una idea —la interrumpió Sinesio, deseando que ella fuese al grano.

Rosalía sonrió al darse cuenta de la impaciencia de él. Había conseguido interesar con su historia a aquel hombrecillo.

—Claro… Pues por lo que recuerdo, el patrón anduvo cortejando a esta mujer durante un tiempo, supongo que te lo imaginas: algún regalo, algún paseo, cosas así. Sin embargo, aquel amorío no le impidió andar de romerías y fiestas. Se iba de ronda siempre que no lo reclamaba la mar y la bruja andaba ocupada. Y, en esos días, me contó mi abuelo, acudió a la bruja una muchacha de Cerqueda para pedirle un filtro de amor que, fíjate lo que son las cosas, resultó ser para el patrón, al que había conocido en una verbena unas noches antes y del que había quedado enamoriscada por culpa de sus galanteos y gallardías. Obviamente, cuando la bruja reconoció a su pretendiente en las descripciones de la moza la bilis se le arremolinó en el paladar.



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